La vida de iglesia para un creyente no es una opción, se trata de algo real y asociado directamente con la redención misma y el plan de salvación.
Al leer la epístola a los Hebreos, notamos que la intención del autor es presentar a los lectores la manera en que Cristo es el cumplimiento de las cosas que habían sido anunciadas en el Antiguo Testamento y por tanto superior a ellas. Cristo es presentado como superior a los ángeles, superior a Moisés, su reposo superior al día de reposo, su sacerdocio superior al levítico y su sacrificio superior al de los corderos y machos cabríos. Al hablar de esto último, en el capítulo 10 de la carta leemos cómo el sacrificio de Cristo y su sangre abren un nuevo camino hacia nuestra relación con Dios.
Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo que El inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, su carne, y puesto que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios (He. 10:19-21).
Dos cosas son consecuencia de lo alcanzado por Cristo en la cruz: la santificación y también la vida en comunión:
Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura… Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros (He 10: 24-25, énfasis añadido).
¿Lo notan? De la misma manera en que la santificación sigue a la redención en Cristo, así mismo lo es la vida en comunión. Afirmar que se puede ser cristiano sin congregarse, es como afirmar que se puede ser cristiano sin andar en santidad.
Pero las razones para considerar el carácter imprescindible de congregarse no son solo teológicas sino incluso prácticas. En ese sentido, la vida de iglesia es útil y necesaria porque solo a través de ella podemos ser disciplinados y corregidos.
Nosotros podemos engañarnos a nosotros mismos acerca de lo que hacemos bien o no, incluso, podemos ser auto-indulgentes y nunca tener un compromiso en corregir malos hábitos y pecados, pero la vida de congregación hace que eso no sea posible.
El Señor Jesús dijo que la iglesia es la instancia final de la corrección de los que se conducen mal:
Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos (Mt. 18:17).
Es en la iglesia congregada donde descansa el alto tribunal de corrección para los creyentes en esta tierra, de modo que quien se rehúsa a la iglesia, se rehúsa a la disciplina y a la corrección.
En medio de nuestro peregrinaje, somos constantemente afectados por situaciones que ponen en peligro nuestra fe y la confianza en la promesa de nuestra esperanza futura. Definitivamente el Señor no nos redime para ser llaneros solitarios hasta llegar a la gloria, sino para unirnos a aquellos que corren la misma carrera.
En la declaración del propósito mismo de congregarnos, el autor de Hebreos dice que debemos estimularnos unos a otros al amor y las buenas obras (He. 10:21, énfasis añadido).
Este argumento parte de un razonamiento sencillo: si la iglesia es un cuerpo y los miembros de la iglesia son parte de ese cuerpo (1 Co. 12:12), entonces, de la misma manera que cada miembro cumple una función en el cuerpo humano, así cada miembro en una iglesia es puesto allí para llevar a cabo una función. Es a eso a lo que llamamos servicio o simplemente, dones en ejercicio.
El servicio es parte del fruto del buen cristiano (Jn. 15:16) y si alguien no considera la vida de iglesia, ¿de qué manera expresará el servicio a los otros?
Finalmente, y no por esto menos importante, el acto de reunirse como iglesia, es un anticipo de lo que será nuestra estancia permanente en los cielos. En una hermosa descripción de la gloria futura el apóstol Juan dice:
Y las naciones andarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán a ella su gloria. Sus puertas nunca se cerrarán de día (pues allí no habrá noche); y traerán a ella la gloria y el honor de las naciones; y jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 21:24-27).
La eternidad es una gran congregación adorando al Cordero por los siglos de los siglos, así que alguien que no anhela la vida de iglesia aquí, ¿por qué anhelaría el cielo y las glorias futuras y eternas?
Así pues, congregarse no es una opción para el creyente. No. Se trata de una necesidad, de una demanda, de una consecuencia orgánica, de una expresión de servicio, de una manifestación de anhelo por la gloria futura; todas estas cosas reunidas son la evidencia de alguien que verdaderamente ha nacido de nuevo. En conclusión, nadie puede ser un verdadero cristiano si no tiene un deseo por hacer parte de la vida de la iglesia.