Dios aborrece el pecado, por lo que todo pecador que no se arrepiente y cree en Jesucristo será juzgado y enviado al infierno por la eternidad.
Dios no es un juez injusto para “tener por inocente al culpable” (Nahum 1:3). El infierno es real y se trata de un castigo eterno y no de una destrucción del cuerpo como enseñan algunas sectas, y
la vida del pecador siempre está pronta a caer en él.
Jesús mismo hablo más del infierno que del cielo.
Salmos 101:3; Romanos 1:18; Hebreos 12:29; Hebreos 9:27; Romanos 2:5-11; Mateo 25:46; Apocalipsis 20:11-15